Leerse en el otro

Les preguntamos a algunos amigos escritores, traductores y editores qué libro parece haber sido escrito para ellos, un libro que, mientras lo leían, parecía hablarles directamente. Compartimos a continuación sus respuestas.

24 agosto 2025

© B. Ingrid Olson


Me pasó algo con El sentido de un final, de Julian Barnes. La primera página me estremeció. Es simplemente una lista de recuerdos, que el narrador enumera y que no tienen sentido para el lector hasta más adelante. Acto seguido, explicita: «Lo que acabas recordando no es siempre lo mismo que lo que has presenciado». Es tan sencillo y a la vez tan evocador que resume el puro acto de narrar, su imposibilidad, su trascendencia. En esa hendidura entre recuerdo e invención supongo que está lo literario. No he podido desprenderme de esa emoción desde su lectura. —Lucía Lijtmaer, autora de Cauterio


Mi disposición hacia la literatura prescinde de intereses terapéuticos. No leo en búsqueda de respuestas ni consuelo, aunque luego, de vez en vez, me los encuentre. Hace algunos años, mientras acompañaba a mi padre en su enfermedad y atendía el deterioro de su cuerpo, di por casualidad con un pequeño libro de la, por entonces, no tan conocida autora francesa Annie Ernaux. Al leer No he salido de mi noche, sentí que no hubo interpretaciones: el dolor de la escritora era justamente mi dolor. Mi estupor era exactamente el suyo. Y después de leerlo me sentí menos solo. —Jaime He, autor de La aristocracia ganadera


Guía
(o Guide), de Dennis Cooper. La novela, que es parte de un ciclo sobre la obsesión del autor con un adolescente, George Miles, es la única en la que encontré la forma de mis fantasías, su lenguaje y su perversidad. No comparto los objetos de las obsesiones mórbidas de Dennis y sus amigos protagonistas, pero la forma en que esas fantasías los consumen es idéntica a la mía. Nunca antes había encontrado una semejanza tan brutal: Guide es una novela que me habla porque está escrita en mi idioma íntimo. Hay párrafos subrayados que me da pudor releer porque me pregunto ¿cómo carajo lee mi mente este hombre? Dice de su amigo Mason: «Con su arte construye amantes, amigos, hijos, hermanos menores, esclavos y dioses imaginarios. Es vagamente tenebroso, pero es muy importante para él, mucho más que sus amigos y conocidos reales». Soy Mason, dije. Pasa algo así en cada página. El estilo poco articulado de Cooper, su sequedad poética, también se parece a mi mundo privado donde el vocabulario es escaso. Ni siquiera sé explicarlo. Me sentí expuesta con esta novela, como si le hubiese contado a Dennis Cooper los secretos que no le conté a nadie, y que me oculto a mí misma. —Mariana Enriquez, autora de Nuestra parte de noche


Uno de esos textos ha sido para mí Dysphoria mundi, de Paul B. Preciado, por su apuesta por un pensamiento radical y una forma literaria y porque en un momento de gran inquietud personal reconocí un lenguaje que me ayudaba a vivir y leer de una forma más activa. Preciado dice que escribir es transicionar y yo añadiría que leer es también transicionar, que la literatura no puede ser solo representación, sino que es resistencia y es transformación. —Silvia Sesé, editora de Anagrama


El libro que creo fue escrito para mí en un momento puntual de mi vida es la traducción al inglés (hecha por Thomas di Giovanni) de Historia universal de la infamia, de Jorge Luis Borges. En esos años andaba reevaluando muchas de las ideas recibidas en mi vida, y los cuentos de Borges cambiaron mi noción de lo que es la literatura. Además, me impulsaron a buscar otros autores latinoamericanos y a leerlos en español. Así que, gracias a Borges y su infamia, hoy en día soy traductora. —Christina MacSweeney, traductora de The Story of My Teeth

© B. Ingrid Olson


Es curioso elegir un libro de alguien que no es recordado como escritor, sino como pintor: Vincent van Gogh. Sin embargo, sus Cartas a Theo —incluso en las ediciones que apenas recogen una fracción de su correspondencia—, desde la primera vez que las leí, me provocaron una grata sensación de intimidad. En su escritura hay una sensibilidad intensa y descarnada, una capacidad de estremecer fibras internas, de trasladar emociones y de traducir lo cotidiano en algo cargado de significado. Y lo mejor de todo es que cada relectura trae nuevas revelaciones. —Miguel Pineda, editor de Aquelarre


El más reciente es Ema, la cautiva, de César Aira. Había estado leyendo sobre la relación del desierto y la cautiva en el siglo XIX argentino cuando llegué a él. Me interesaba mucho la desestabilización de la noción de realidad y de la historia, pero sus páginas fueron más allá. Diría que es una novela que no cree en los hechos y desborda la idea de imaginación. —Astrid López Méndez, autora de Frontera interior y editora en Antílope


De niña tenía un libro ilustrado que se llamaba El mago que se fue del circo. El protagonista se aburría de la vida bohemia y se iba a buscar otros trabajos: panadero, zapatero, no recuerdo qué más. Pero resulta que en ninguno duraba porque sus panes eran mágicos y de sus zapatos salían conejos. Así que después de varios intentos volvió a trabajar en el circo, a ser mago. Esta historia me desconcertaba. ¿Ser mago era su destino inexorable o su maravillosa vocación? ¿Era «si nacés mago, te morís mago» o bien por el contrario «si la vida te da limones, hacé limonada»? El libro se perdió en alguna mudanza y nunca más lo vi; no parece haber rastro de él en la red, por más que lo busqué, que pregunté a editoras amigas. De niña también era escritora. Después hice el bachillerato científico, estudié ingeniería, dejé. La historia me sigue desconcertando tanto tiempo después, desdibujada por la memoria. Y ahora, con la pregunta de ustedes, soy una editora que busca un libro perdido, un libro imaginado, un libro que es necesario compartir, me acuerdo de El mago que se fue del circo y pienso qué tanto hay de magia y qué tanto de fatalidad. —Julia Ortiz, editora de Criatura


Dificilísima pregunta, porque desde muy chica me pareció que tantos, tantos libros habían sido escritos para mí… Supongo que es el motivo por el que nos volvemos lectores, ¿no? Nos parece que cada libro nos habla directamente a nosotros. Pero voy a respetar la consigna y, con esfuerzo y a la vez sin ningún esfuerzo, elijo Collected Stories de Lydia Davis, que leí el mismo año en que se publicó, 2009, cuando andaba necesitando con urgencia una amiga como Lydia: alguien que mirara esas mismas cositas, que padeciera mis mismas neurosis, pero que lo supiera poner en palabras mucho mejor que yo. —Laura Wittner, autora de Se vive y se traduce


¿Hay algo fuera de lo que hay en mi cabeza? En ella, y nada fuera de ella, está, sin fisuras, la vida, mi libro. —Enrique Vila-Matas, autor de Historia abreviada de la literatura portátil


Tal vez fue La vida exagerada de Martín Romaña, de Alfredo Bryce Echenique. Entonces tomaba yo el mismo medicamento que el protagonista y enfrentábamos la misma clase de problemas. Era como estar leyéndome a mí mismo: un siniestro espejo literario. —José Manuel Velasco, editor de Viajes al país del silencio

Otras encuestas relámpago en esta serie:

«¿Qué es lo más raro que haces en la editorial donde trabajas?»

«Me gusta muy poco lo que leo.» Sobre los manuscritos que leen y rechazan los editores.

«Ecos del Paraíso.» Sobre cómo distintos creadores imaginan el paraíso.

«¿Qué es lo mejor que ha hecho un editor por ti?» Sobre algo que de otra manera no habrías visto.

«Amaba decir: “ese también lo tengo”». Sobre el autor más repetido en las bibliotecas personales.

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