Un libro que contiene a otro
‘Cien palabras a un desconocido’ es una versión abreviada en español de ‘Blurb Your Enthusiasm’, de Louise Willder. ¿Cómo y por qué decidimos que esto era una buena decisión?
29 mayo 2025
'Nicola d'Inverno' (detalle), John Singer Sargent.
Si una literatura es una senda para acceder a zonas del espíritu de un individuo, y si al fondo de una época podemos sumergirnos impulsándonos en cada una de sus manifestaciones, es probable que al contorno de la esencia de una editorial podamos acercarnos por sus colecciones. Casi seguro es por eso que Roberto Calasso dijo que el primer y último criterio para el arte de la edición, «la capacidad de dar forma a una pluralidad de libros como si fueran los capítulos de un único libro», es evidente cuando «pasar de uno de ellos a cualquiera de los otros se ha vuelto posible para el lector, como lo ha sido para quien ha contribuido a hacerlos encajar dentro del mismo marco».
De las cuatro colecciones que hasta ahora componen el catálogo de Gris Tormenta, la colección Editor probablemente sea la que más definido tiene el marco al que Calasso se refiere. Alguien hasta podría estar tentado a pensar que al ser finita la cantidad de procesos que ocurren antes de que un libro sea abierto por un lector, el número de libros de la colección también lo será, especialmente si la editorial no recibe manuscritos. Una de las preguntas que surgen para hacerle frente a ese límite ambiguo apunta a la manera en que buscamos textos que pueden convertirse en libros. Y quizá fue ese énfasis en el método de dictaminación lo que hizo posible, para el quinceavo título de la colección, Cien palabras a un desconocido, invertir una parte del curso ordinario de selección. En lugar de ir tras textos que aún no se hubieran convertido en libros, leeríamos libros de donde pudieran salir libros: haríamos un abridgment.
La palabra que significaba «reducir» en latín devino abreger en francés, y de su combinación con abbreviate se formó, en inglés, abridge, que el diccionario de Samuel Johnson define así: «To cut shorter in words, keeping still the same substance», y el Merriam-Webster's así: «To shorten by omission of words without sacrifice of sense».
Esta última definición, casi calcada de la anterior, pero que sustituye sustancia por sentido, es representativa del proyecto que pretendimos llevar a cabo, quizá porque habíamos entendido, leyendo a Mario Montalbetti, que debíamos leerla como viendo el movimiento: uno de los sentidos de un texto es una dirección. Descomponiendo la palabra abridge también se consolidaba la tarea; tendríamos que ir tras las principales vías del texto, pero para saturarlas y reconducirlas, como encima de «un puente» (a-bridge), hacia la zona de lectura que la colección va intentando delimitar con cada libro.
Blurb your enthusiasm, de la británica Louise Willder, nos sedujo por la ligereza con que aborda un tema a la vez relevante y desatendido, especialmente en latinoamérica. Pero tenía cuando menos dos elementos que lo hacían exceder los alcances y los objetivos de la colección Editor: su dimensión (física) y la industria literaria en que se enfoca. Sus más de cuarenta y cinco subcapítulos debían convertirse, si acaso, en quince, y la suma de alusiones a la literatura anglosajona debía destilarse para también resonar en la tradición de lectura de habla hispana.
Otra manera de decir lo anterior es que en la sustancia de algunas secciones de los capítulos del libro original no veíamos la dirección que tienen —por su tono, su concisión, su proximidad temática y geográfica— los otros libros de Editor. Algunas de las historias que contaba sobre textos de contraportada de libros de autores ingleses y su humor local apenas si lograban encender nuestra memoria. Pero a la par de eso, que leíamos marginal, dábamos vuelta a las páginas reconociendo cada tanto un párrafo, una página o incluso un capítulo entero profundamente vinculados con los parámetros de nuestros libros anteriores. ¿Cuándo —parecíamos empezar a preguntarnos— ha significado un problema que un libro no nos conmueva totalmente? ¿Por qué habríamos de querer quedarnos con todo el interior de cualquier cosa? ¿Y no son la recolocación, la redirección y el armado de un libro una de las funciones del oficio de la edición?
Este ejercicio exigía detectar, aunque estuvieran espaciadas, líneas de articulación —de tema, de reflexión, de memoria— en donde la profundidad de la mirada de la autora no disminuyera en su versión abreviada. Se trataron de vincular segmentos que en el libro original aparecían más largos, al interior de un marco bastante más amplio. Y cuando comprobamos que esa especie de collage podía caber, coherente, en el contenedor de Gris Tormenta, aquel volumen de origen inglés que habíamos subrayado, convertido ahora en un libro cualquiera, el objeto, se deslindó e hizo notorio lo que Roland Barthes llamó su «procedimiento regular de valoración»: «haz —nos insistía— conmigo lo que puedas».
Usar así la maleabilidad del interior del libro está cerca de una idea de Gilles Deleuze y Félix Guattari que apareció en algún momento del proceso de edición de Cien palabras a un desconocido:
En un libro no hay nada que comprender, tan solo hay que preguntarse con qué funciona, en conexión con qué hace pasar o no intensidades, en qué multiplicidades introduce y metamorfosea la suya, con qué cuerpos sin órganos hace converger el suyo. Un libro solo existe gracias al afuera y en el exterior.
— Patricio Cevallos Ovalle