El crítico literario: lector atento del presente

Este texto transcribe algunas reflexiones que Luis Felipe Fabre hizo alrededor de ‘Suerte de principiante’ y ‘Overol’, de Julián Herbert, y sobre la crítica literaria en la actualidad, durante la presentación de ambos títulos.

22 mayo 2025

© Vicki Sher, ‘Red Shift’ (detalle), 2023.


Suerte de principiante y Overol, los dos últimos libros de Julián Herbert, llegan en un momento límite, en un punto donde la crítica literaria, como género, parece en crisis. Pienso que en los últimos años no ha habido ningún otro género literario —ni siquiera la poesía o la narrativa— que entrara en crisis como la crítica literaria. Los factores son múltiples, aunque quizá el internet sea el más evidente, ya que ha abierto más espacios —y muy distintos a los que tenían los críticos antes— para que los lectores den su opinión. Antes de la aparición de este tipo de espacios en la web, una mala crítica —en la revista Vuelta, por ejemplo— afectaba tu carrera literaria; a veces no había nada más que hacer. Ahora no es así. Pero, como todo, este cambio trajo consecuencias positivas y negativas. Considero que lo más interesante de la crisis de la crítica literaria es el actual lugar de poder de enunciación. Es fenomenal que ya no se habla desde un espacio de absoluto poder donde se puede crear o destruir la carrera de alguien. Hoy eso es absolutamente imposible; o, al contrario, algunas se dan a contrapelo de la crítica literaria.


Los que nos dedicábamos un poco a la crítica ahora estamos replanteándonos desde dónde formular algo, porque también hemos quedado un tanto obnubilados frente al maremoto de las nuevas posibilidades. Ciertamente estamos en un momento de cambio de varios paradigmas y hay cosas que se quedan perdidas en el medio. No soy de los que se escandaliza o piensa que ya no hay valores literarios, o de los que dice que ya a nadie le importa la literatura, sino solo las cuestiones de género o temas relacionados, como es el caso de tantos que apelan con cierta nostalgia a la crítica literaria de antaño y que se horrorizan de ciertos valores que se han impuesto. No son los que más me interesan, pero no diría que es un lugar de horror.


Me parece que un crítico literario siempre ha sido alguien que no solo entiende de literatura, sino que sabe de qué va la sociedad de su época. Claro que puede dedicarse a leer libros que nadie lee, pues tiene toda una razón de ser y un valor extraordinario, pero creo que el crítico literario debería entender también a la sociedad a la que le habla. El escritor o el poeta podrían darse el lujo de no entenderla. No es el caso en general de los escritores de los que se ocupa Julián en Overol, que son personas en absoluto diálogo con la sociedad para la cual están escribiendo; tal vez están excesivamente conscientes de ella. Pero un escritor puede no entender la sociedad en la que vive, porque el tiempo literario es más cuántico, es decir, nunca sabe exactamente para cuándo está escribiendo, nunca sabe en qué momento ese texto va a tocar una realidad determinada. Sor Juana seguramente no se imaginó que estaba escribiendo para los siglos XX y XXI más que para su propia época, aunque le estuviera hablando a ella. Néstor Perlongher no pudo imaginar que un poema como «Cadáveres» tendría tanto eco en el México de hoy día. Es decir, los tiempos de los escritores y los tiempos de los textos son mucho más plegables. El crítico, en cambio, sí tiene un compromiso social, no en el sentido ideológico, sino en el de entender cómo va a generar una caja de resonancia para que determinados textos resuenen en su tiempo.


Sí, estamos en un momento de cambio de valores de todo tipo: morales, estéticos, literarios. Es una época difícil para cualquier tipo de crítica, aunque aquí me refiero específicamente a la literaria. (Por ejemplo, la crítica de arte tal vez la tiene peor, porque hay más dinero e intereses de por medio. A nadie del mundo del arte le interesa que se hable de la obra como tal, lo que es extraño, porque es más tangible que un texto, que es más huidizo.)


Lo que tenía la crítica literaria, sea para bien o para mal, sea para destrozar un texto, alabarlo o simplemente difundirlo, era el acto de ponerle atención. En el caso de Suerte de principiante, me atrajo ese juego entre la atención y la distracción. Julián hace lecturas muy precisas de ciertos libros y textos y de pronto trata de desquiciarlas a partir de una especie de proliferación del pensamiento que se va para un lugar absolutamente insospechado. Esto se debe a su origen, que fueron charlas. Por lo tanto, obedecen a la manera en que uno piensa y habla, donde en cualquier momento terminas yéndote por las ramas. Ese juego entre la atención y la distracción me fascinó. Ese ir y venir es muy divertido, porque es como si un maestro que se dedica el zen —donde la atención es básica—, mientras está dando una charla, se comportara como un principiante que no puede controlar su pensamiento y que en determinado punto se da cuenta de que no pudo concentrarse en lo absoluto en su sesión de zen. Esa parte de principiante la disfruté bastante. En cambio, Overol es más acotado, concentrado, más atento, menos distraído, pero sigo viendo toda la atención de Julián en los libros que analiza.


Me formé, junto con otros colegas, en un momento donde la crítica era más dura, brutal, que hoy se llamaría «masculinamente tóxica», pero más amoral que la de hoy. El aspecto literario se nos ha escapado en medio de una normalización donde las personas querían que las cosas fueran lo que son y entre una especie de moralidad actual y se perdió esta idea de que el mito es algo que nunca ha sido, pero siempre es, y a veces extraño ese no ser de la literatura, frente a la condena de lo que es o lo que debiera ser. Pareciera que estamos atrapados en esas dos cosas. He pensado que tal vez la única solución no es tanto de contenido, sino de la forma. Por ejemplo, hablar de literatura no necesariamente desde géneros literarios de «autoridad», sino desde otros géneros. Salirse del espacio de poder, desde la «cátedra», como antes se le decía a la tribuna universitaria, y enunciarlo desde otro lugar. Y me pareció valiente que Julián en Overol lo haya hecho desde el ensayo, que es como tradicionalmente se hacía la crítica. Él expone sus propias dificultades y contradicciones y, por momentos, cierta travesura, como incluirse a sí mismo como objeto de estudio crítico. Que hable de su libro La casa del dolor ajeno me parece una impudicia fascinante, una suerte de provocación en una época donde la crítica está atemorizada de decir lo que piensa. Se ha vuelto más bien una vox populi, que es un espacio de poder. A veces los críticos escriben sobre un libro de cierta manera, pero hablan de él de forma distinta en otros sitios, o hasta lo denuestan. A diferencia de hace quince años, por primera vez sí hay un miedo de decir lo que se piensa de determinados libros sobre cuestiones no literarias. Hay una moralidad que se está imponiendo sobre otras. No significa que antes no hubiera, pero los cuestionamientos estaban camuflados como valores estéticos, que ahora se ven como valores morales. Por esa razón, me parece atrevido lo que hizo Julián en ambos libros. Se nota que nació en otro tiempo, pero que está tratando de entender el nuevo momento para el cual está hablando. Un momento que, además, no acaba de fijarse, que está absolutamente en tránsito; pero no pienso que vaya a ser el nuevo paradigma para los siguientes cien años.


Estamos en una etapa borrosa, de tierra movediza, y eso es absolutamente fascinante. Hablar y tratar de decir algo en una época donde todo se está moviendo me parece, desde su mera intención, un ejercicio totalmente aplaudible.

Luis Felipe Fabre (Ciudad de México, 1974) es poeta, ensayista y editor. Entre su obra se encuentran Leyendo agujeros, Declaración de las canciones oscuras y Poeta griego arcaico.

Suerte de principiante, de Julián Herbert, es parte de la colección Paisaje Interior de Gris Tormenta, que explora lo que sucede entre la estética y la ética de un autor, cómo se conforma su mirada, y cómo esa manera de ver, ese conjunto de obsesiones, se convierte en el origen de una poética.

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