La escritura del mundo como acumulación de pequeños movimientos vibratorios

El siguiente texto de Cinthya García Leyva es el prólogo a la antología ‘La materia del sonido’ (Gris Tormenta, 2025), en donde once autores del mundo amplifican las relaciones contemporáneas entre la escritura sonora y la escritura literaria.

17 julio 2025

© Kato Trofimova (detalle)


I


Hay una idea muy reveladora en pensar la página como campo electromagnético. Una confluencia de frecuencias y ondas que en su organización construyen el lenguaje que vemos convertirse en discurso y que genera resonancias en múltiples direcciones y temporalidades, hasta hacerse también audible dentro y fuera de nuestras cabezas, con suerte más allá de lo inmediato. Empujando un poco más esa idea: aquello que creemos legible —eso que podemos seguir, buscar dotar de cierto sentido, escudriñar, desmentir, intentar traducir— es asimismo un sistema resonante que, entendido así, está continuamente vibrando, moviéndose de un lado a otro. Una línea conductora, vibracional, que parte del afuera sonoro, juega en el pensamiento, atraviesa los huesos hasta llegar a la punta de los dedos, choca con el ritmo de lo que se escribe, resuena en el sentido y se convierte de nuevo en sonido. Energías móviles y resonantes, la escritura y lo que decidimos leer de ella se vuelve así pura materia vibrante, una frase poderosa que, por ejemplo, la filósofa Jane Bennett ha elegido como título de su libro dedicado a la ecología política de las cosas, en donde fuego, palabra, electricidad, voz y agua son manifestaciones coincidentes e influenciables entre sí por su capacidad de tocar y alcanzar. Desde la vibración se hace un continuum del mundo más allá de las distintas maneras a las que estamos acostumbrados a ordenarlo.


II


Hace unos meses, gracias a la visita organizada por la asociación Trampoline, en París, tuve la oportunidad de conocer el estudio del artista libanés Tarek Atoui. Localizado en pleno centro del popular barrio Le Marais, en una casa de distintos subniveles dentro de un complejo histórico restaurado, ahora dividido entre departamentos y talleres, el estudio de Atoui absorbió mi atención visual y sonora de inmediato. Fuera de la belleza arquitectónica de los pisos y muros de piedra, entré a un universo creado en la disposición de objetos diversos constelados entre el suelo, taburetes, mesas, paneles, estantes, conectados todos con diversa cablería y pequeños micrófonos, sonando algunos desde altavoces a diversas alturas y tamaños y otros solo por su excitación. Barro, bandejas con agua, maderas, cuencos, tambores de muy diversas procedencias, membranas plásticas: cada uno de estos materiales sonaba a la vez bajo distinto ritmo y producía su propia capacidad resonadora. En la orquesta desor­denada y llena de capas que se formaba entre todos estos objetos vibrantes, se alcanzaba a distinguir, desde su capacidad aural, la porosidad de los objetos de barro, la fluidez y maleabilidad de las membranas, el filo agudo y armónico del acero. Estar ahí era, nada más y nada menos, atestiguar la amplificación de las cualidades de cada una de las piezas, formando un todo sonoramente complejo del que quienes estábamos allí también éramos parte. Una agencia propia extendida en su contagio y multiplicada, distribuida. Pensé en los cuarzos sonantes de Ariel Guzik, en el meteorito resonador de Gilberto Esparza y Marcela Armas, en los silbatos gigantes de bambú de Félix Blume dejándose tocar por el propio viento. Y en la analogía también con la idea del tejido. Un gran tejido sonoro, que es decir también un gran texto sonoro. De nuevo la aparición de lo legible. Conectados entre frecuencias, estos objetos formulaban también otro tipo de conectividad, la material, aquella que hace cuerpo; en su sutil movimiento, ejecutaban una escritura percutiva; así quise entender este asomo al estudio del artista y quise contarlo en algún momento, tal vez en este prólogo, dónde mejor, como uno de los ejemplos posibles para entender(nos en) el ejercicio de lectura y escritura, del texto, de la página, del espacio en blanco, de la resonancia entre cuerpos, objetos y voces: un constante ejercicio de percusiones alcanzándose entre sí.


Me interesa la posibilidad de que nuestra relación de legibilidad con el mundo, esa voluntad que nos provoca intentar seguirlo en todos sus impulsos a pesar de que sean tantos a la vez y tan ruidosos, tenga una cualidad rítmica, de movimiento. Decir esto es decir todo y nada, porque la vida misma es movimiento. Así que para no perdernos en lo hondo intentamos volver a eso con lo que mediamos dicha voluntad: el lenguaje. Cuando este lenguaje se vuelve asimismo un objeto de escucha, vibrante, por su naturaleza orgánica y fluida, también porosa, también de agudo filo, sabemos que andamos en y con él en un gran vaivén, en un océano de bailes de ritmos y continuidades, donde el antes y el después del sentido no lo marca el discurso ni la sintaxis, sino el contacto.


Como en aquel estudio de piedra, conectados (constelados) a partir de las agencias distributivas de sus propias frecuencias, este libro arroja una decena de universos textuales que involucran la escritura sobre el sonido (o bajo el pretexto del sonido) y, reunidos aquí, buscan unir frecuencia con materia y materia con lenguaje. Hay algunos de ellos que han sido paradigmáticos para el pensamiento contemporáneo que parte del sonido y se preguntan por lo que tantas veces se ha preguntado la escritura literaria: la memoria, la pérdida, la identidad, el tiempo, la voz. Otros fueron escritos especialmente para esta reunión, bajo la convocatoria de imaginar en qué escondites hacen juego la poesía y la política de la escritura sobre el sonido.


Más allá de la lengua y más allá del oído, las aproximaciones que conforman estos textos buscan las voces y sus sonidos casi siempre inadvertidos: el susurro, el tartamudeo, los espectros y audiogramas, la notación en lenguas distintas a las que conocimos en nuestra infancia occidental, la resonancia entre cuerpos más allá del territorio de la visualidad, las maneras de entender otros tiempos y otras mediciones de tiempos que parten de la espera, lo elongado, lo abismal. Respiración, pulso, murmullos: una manera de liberación de la sintaxis lineal y binaria que muta hacia una organización respiratoria, pulsante, plural desde el sonido, y pretende encontrar registros —acaso residuales, pero registros al fin— de un tiempo que escapa a ciertas lógicas del presente y promueve una temporalidad que acepta lo simultáneo y lo múltiple, otra manera de pensar el tiempo compartido.


Un eje conductor termina haciendo manifiesto por qué los textos, escritos en tan distintos años y desde tan diversos contextos, pueden coincidir en una antología como esta: casi todos apelarán a la escucha como modo en el que ese cuerpo legible y lector se introduce en el mundo. El cuerpo vivo que escucha y entonces respira: una demanda que es tanto física como erótica, parafraseando a la pensadora Frances Dyson.


III


El filósofo, escritor y músico Pascal Quignard ha marcado un parteaguas en la escritura sobre el sonido en las últimas décadas con su texto El odio a la música, y de él se rescatan para este libro fragmentos que recuperan la fuerza invasora y abarcadora de la materia aural; para él, la escucha del exterior es el primer gesto de curiosidad sobre el mundo antes de entrar a la búsqueda del sentido puesto sobre el nombrar de las cosas. El escritor y curador Guillermo Canek García escribe sobre la posibilidad de vincular trazos históricos que desde una lógica lineal no podrían vincularse a partir de lo que conecta vibratoriamente la idea del fantasma o huella sonora, a través de sus lecturas sobre Baruch Spinoza, Lorenzo Vinciguerra y Violeta Parra. El pasado en el presente, de nuevo la ausencia en presencia, a partir de las ondas electromagnéticas. Tiempos cruzados, tiempos simultáneos. ¿No es eso uno de los sueños del lenguaje? Guillermo Canek García nos da una frase clave para transitar en esta historia de cuerpos y lenguajes en movimiento: la línea vibracional. El músico y artista Aki Onda y la curadora y escritora Xenia Benivolski conversan, en una entrevista comisionada para este libro y a partir del último álbum discográfico de Onda, sobre los espectros, la poesía y el lenguaje reunidos desde las frecuencias radiofónicas nocturnas y solitarias. Voz y fantasma encuentran en la radio nocturna el ritmo y el campo de ritmo que los hace aparecer en un tiempo que, pareciera, ya no les pertenece. De esta entrevista surge una de las preguntas más precisas y a la vez necias del volumen: ¿hay lenguaje en el ritmo? Opuesta a lo que normalmente nos preguntamos sobre la existencia del ritmo en el lenguaje, tema que tanto ha ocupado a teóricos y pensadoras de la escritura poética, aquí de nuevo, como en las apuestas de Quignard, antes de la pregunta por el discurso está la de su movimiento rítmico como el motor del decir.


Jota Mombaça explora, en un texto que primero fue performance, una voz que se mueve entre la revisión del desastre y el presagio de un porvenir: a medio camino entre el duelo de la naturaleza y la capacidad de escucha, hay siempre una mediación material de lo audible. El docente e investigador Brandon LaBelle se detiene en ciertos gestos corporales y específicamente bucales que hacen ruido para escudriñarlos como gestos políticos y performáticos: el murmullo, el tartamudeo, la mudez, en un conjunto de ensayos que forman parte de su Léxico de la boca y que son traducidos por primera vez al español. La compositora Éliane Radigue, pionera de la música electrónica francesa que decidiera a muy avanzada edad abandonar las máquinas para regresar al mundo análogo, explora en su texto las posibilidades de lo infinitesimal como medida sonora, pero también política, frente a un mundo tendiente a lo masivo, a lo enorme, a lo abarcador. La curadora y editora Eva Posas le escribe una carta a su pequeño hijo que, por razones coyunturales, escucha, aprende, habla y vive simultáneamente entre el español, el neerlandés y el zapoteco, y entre los sonidos de esas lenguas descubre a su vez el mundo de la representación y sus modos de entrar en él. La curadora Bárbara Perea recupera a un John Cage paradigmático y lo hace releerse entre líneas que se interrumpen con preguntas de la misma Perea para ampliar reflexiones sobre el tiempo cuando somos incapaces de medirlo. Daphne Oram, otra compositora y pensadora pionera, en este caso, en el mundo de la música concreta británica, ve en las gráficas, notaciones y estructuras de los audiogramas, de las que se le ha considerado una maestra, sobre todo a partir de su obra Oramics, traducciones posibles para pensar la memoria, el afecto y la locura. Por último, la investigadora y artista Youmna Saba explora «La voz más hermosa del mundo» desde el recuerdo familiar de una voz cantada, que puede reconstruirse desde las grafías árabes y que logra rastrear a su vez su adolescencia sónica.


La lectura de algunos de los textos aquí reunidos, que forman un universo tan particular e incompleto —como lo es toda antología—, se logra gracias a la mediación de otras voces, es decir, a traducciones —o variaciones, si atendemos a ese silencio que menciona Anne Carson en el ensayo «Variaciones sobre el derecho a guardar silencio». Confiamos en que esta antología contribuirá a ampliar las preguntas sobre lo que puede el lenguaje más allá de su disposición visual, y a ampliar en los resquicios que permiten recordar que hay más organizaciones del mundo de las que imperan en la linealidad; otros modos de medir, categorizar y relacionar artística y ensayísticamente, así como otros pulsos de lo respiratorio que nos recuerdan, también, que el lenguaje está vivo.

Cinthya García Leyva (Ciudad de México, 1985) es investigadora y gestora cultural. Su trabajo se enfoca en prácticas interdisciplinarias e intermediales y ha escrito diversos ensayos sobre el sonido y las poéticas experimentales. Es directora de Casa del Lago y conductora de la serie Islas resonantes para Radio UNAM.


Es la editora invitada y la autora del prólogo de la antología La materia del sonido.

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