¿Y el futuro? ¿Dónde está?

Verónica Gerber Bicecci, Yásnaya Aguilar Gil y Cecilia Miranda comparten dudas y reflexiones que mantienen tras haber participado en la antología ‘En una orilla brumosa’.

19 septiembre 2022


En la antología En una orilla brumosa, Gerber Bicecci —editora invitada— seleccionó a trece autores para que imaginaran, mediante el ensayo especulativo, el futuro de las literaturas y las artes visuales. Enseguida hay un fragmento de la conversación que tuvieron Yásnaya Aguilar, Cecilia Miranda y Verónica Gerber Bicecci a un año de la publicación del libro.


Verónica Gerber Bicecci (VGB):
En una orilla brumosa está centrada en pensar cómo van a ser las artes y las literaturas del futuro. Un poco ante cierta desazón que yo he sentido en lo personal y que, además, me parece que comparto con muchas personas ante las diversas y múltiples catástrofes que estamos enfrentando. Y pensaba que esta antología, en algún sentido, podía ser un espacio para pensar en conjunto.

A través de la escritura y de los textos de todes, se genera una especie de conversación en la lectura, en el proceso de lectura. Y me parecía que, como no hay soluciones, no hay respuestas certeras en este momento ante lo que estamos viviendo, las pequeñas aportaciones que cada une pudiera hacer iban a conformar un mapa posible, tal vez un espacio del que podíamos sacar algunos marcadores de tiempo o marcadores de situaciones con los que pudiéramos trabajar y pensar estos futuros de la literatura y las artes visuales.

Entonces, un poco iba por ahí la intención de mezclar estos temas, el futuro con la artes visuales y la literatura, en el fondo con la escritura en sí misma, entendiendo la escritura siempre como algo que puede incluir imágenes, que no es solo letras, que no es solo imágenes tampoco, sino muchas formas de lenguaje que dejan alguna huella en el papel o en algún material.

Ya que recibimos los textos y los juntamos con los que no habían sido comisionados, me di a la tarea de escribir el prólogo, que es como esa parte en la que une trata de explicar un poco qué pasa entre todos los textos que son, digamos, imaginativos, y que por lo tanto tienen un abanico muy amplio de posibilidades. Todos los textos imaginan mundos muy distintos, pero al tratar de encontrar puntos en común fue que me propuse pensar en cinco formas de escritura.

La primera es: escrituras autónomas e ininteligibles, un poco por tratar de pensar en herramientas que nos permitan hacer lenguajes más indóciles y al mismo tiempo multilingües. Luego está la herramienta de lo no humano, la de búsqueda de empatías, de otras empatías, o de otros parentescos, diría Donna Haraway. La herramienta de lo migrante, ligado a cómo cuidar al otro o cómo cuidar eso otro que se mueve de lugar, que pierde su territorio, pero que al mismo tiempo es también siempre una herramienta con la que podamos situar lo que sucede dentro de un contexto. Después, la herramienta de lo antónimo, desde su etimología más directa, está en contra del nombre en aras de pensar más en lo común que en el nombre propio, porque hay momentos en los que el nombre propio es usado como una propiedad privada, y eso es lo que de alguna manera va a estorbar en este futuro imaginado para hacer otro tipo de artes o de escrituras. Y, finalmente, la última herramienta la llamé escrituras desenterradas, y literalmente tiene que ver con rascar en el pasado, con pensar incluso en capas, en zoología, en lo que queda debajo de la tierra y se fermenta y a la vez sufre un proceso que puede retoñar, o que las toxicidades de ciertos elementos pueden cambiar, pensando todo esto como una metáfora, pero que a lo mejor eventualmente las artes puedan también estar más cerca de la naturaleza.

Entonces, bueno, esas son las rutas, las herramientas, lo que encontré en el conjunto de los textos, y así se presenta el libro.

Para comenzar, Ceci y Yásnaya, platiquen un poco de sus procesos de creación, de lo que piensan de haber participado en este proyecto de ensayo especulativo, y de sus respectivos textos Tengo una pestaña en el pie y El arte, la literatura y las estéticas colectivas de la tierra.


Yásnaya Aguilar (YA):
Al principio estaba un poco impresionada y pensaba: no sé qué puedo decir al respecto, porque no me considero muy versada en todo lo que tiene que ver con arte, sobre todo las discusiones actuales sobre lo que es arte, y por eso tenía varias dudas, que consulté, pero me engancharon con una palabra, la palabra futuro.

La idea del tiempo es algo que me obsesiona, y a veces me enfermo de tiempo. Por otro lado, tenía una frustración fuerte con el planteamiento de un mundo siempre con un futuro por delante, con la idea de progreso, de desarrollo, de civilización, y pensaba cómo esa idea estaba dejando atrás muchas otras posibilidades. Como dice Vero en el prólogo, la idea no solo de un futuro, o sea, un futuro único que incita a la acción, no solo muchos futuros, sino crear este mirar alrededor, muchos presentes, muchos pasados, no un tiempo lineal, cíclico, sino muchas posibilidades al mismo tiempo.

Entonces empecé a pensar un futuro que es más como un pasado, por así decirlo, una vuelta, un futuro posible entre varios, en los que la idea de autoría ya no existe, como sucede ahora en el corpus poético mixe. Ahí no existe esa idea de autoría.


Cecilia Miranda (CM)
: Yo me sumo a la sorpresa frente a la invitación. Pero más que sorpresa, me aterró la idea de que alguien me invitara a escribir, porque no es propiamente lo que hago como tal. Yo estudié artes visuales, y se supone que los artistas hacemos imágenes, pensamos imágenes desde formatos tradicionales.

Entonces, ante el miedo y el impulso de mis amigas, pensé: vamos a aceptar y a ver qué sale. Me parece un gesto muy lindo que Vero haya incluido eso en el prólogo: la forma en la que nos invita, porque en esa invitación plantea esta orilla brumosa desde la que ella, con bruma, con duda, con incertidumbre, estaba planteando una posibilidad de imaginar eso tan amplio y extraño que sería un futuro de las artes y la literatura.

Esta serie de ensayos tiene un principio traductor que los relaciona. Hay imágenes, códigos, cuentos, imágenes, pensamientos, imágenes amorosas, cactáceas, imágenes espíritu, vivas, terrestres. Es decir, hay un universo que nos permite imaginar otras formas en las que al menos las artistas —y desde una formación como la mía— nos habíamos aproximado a lo que creemos o a lo que nos enseñaron que son las imágenes. Y como mi formación no es de escritora, justamente a mí me entró pánico. Yo no tengo la referencia de haber leído los clásicos. Yo no podría defender qué es hacer un ensayo, entonces creo que esa invitación también me ponía en un lugar incómodo, y esa incomodidad fue la que me acompañó durante el proceso de escritura.


VGB:
Hay una pregunta que me ronda la cabeza. No es una pregunta fácil, entonces no es una pregunta para la que yo tenga respuesta, pero últimamente he conversado con mi pareja y nos preguntamos mucho, ante las catástrofes que estamos viviendo, ¿para qué? Es un poco terriblista plantearlo así, pero sí creo que es una pregunta que se tiene que contestar. ¿Para qué seguir haciendo lo que hacemos? ¿En dónde ven ustedes la motivación? ¿O hacia dónde miran? No necesariamente es el futuro, a lo mejor otras temporalidades.


YA:
Es una pregunta que me hago constantemente. Ya no vivo en mi comunidad Mixe en la Sierra Norte de Oaxaca. Hace algún tiempo, cuando volví a la comunidad —hay varios sistemas que te van jerarquizando, que tienen que ver con el tiempo que das un trabajo concreto—, por ejemplo, alguien me llevó a una cocina comunitaria o a un funeral, y yo fui a ayudar. Alguien de mi edad estaba haciendo el arroz, o en otra posición, mientras a mí me mandaban con mujeres mucho más jóvenes a cortar limones o envolver tamales. No podía hacer lo otro porque entorpecía la línea de producción, porque, claro, pasar tiempo en la ciudad para ir a estudiar me quitó habilidades concretas que se desarrollan en la práctica cotidiana.

Me sentí incómoda porque a nadie le gusta ser públicamente torpe, y me llevó mucho a pensar, entonces, qué sentido tenía para una unidad muy concreta, como mi comunidad, mi propio quehacer.

Después, un día, cuando enfrentamos varios problemas que tienen que ver con un manantial, recuerdo que muchas mujeres que estaban resolviendo cosas fundamentales para la vida misma, me dijeron algo como: «Tú escribes, ¿no? Podrías hacer un comunicado para la prensa», y por primera vez en la vida me sentí útil.

Entonces dije: «No puedo solo ser esto», es más, si alguien me diera una beca para firmar un contrato con una editorial que me permitiera dedicarme 100% a la escritura, no lo tomaría, porque estoy dentro de un tejido que está resistiendo a varias amenazas, y me sentiría, no sé, no me parece una elección ética en mi contexto.

Otro ejemplo: cuando llegué a mi comunidad, una de las cosas que tuve que hacer (con otras mujeres) fue ponerme a coser lentejuelas en los ropajes de los santos. Eso fue una gran elección, porque cuando llegué dije: «Me vine a la comunidad para poder participar», y sabiamente me pusieron a coser lentejuelas para los santos, literalmente vestir santos, y yo pensaba: «¿Qué sentido tiene esto que estoy haciendo? ¿Por qué estoy poniendo esta lentejuela y esta chaquira? ¿Para que brille bien el traje?».

Y después vino un gran sismo, ¿se acuerdan? Hubo dos en 2017; el primero, el 7 de septiembre, devastó una gran parte del territorio comunal, y claro, todas las personas y las señoras de la cofradía que estaban ahí conmigo estaban perfectamente organizadas para hacer una cocina comunitaria, para organizar cómo iban a llevar todo a las personas, para enfrentar eso. Y me di cuenta que el simple hecho del santo era como un pretexto para mantener una estructura de apoyo mutuo, de cuidado, etcétera, que se iba a activar así, y que era súper político. Me di cuenta de que mantener los grupos era simplemente mantener las relaciones que permiten enfrentar diferentes cosas cuando vengan. Y yo decía: «Cuando vengan los efectos más fuertes de emergencia climática —que en nuestro caso ya empezaron a suceder; se desgajan los cerros cuando llueve y entierran familias— va a estar presente esta cofradía, esta organización que cotidianamente se mantiene de poner la chaquira, pero que, en realidad, está ahí para otras cosas».


CM:
Voy a soltar una intuición sobre la pregunta, porque yo no lo tengo claro. Pero sé que de no hacerlo, estaría más en angustia. Y creo que es Juan Cárdenas el que dice: no es angustia, lo que sientes es inminencia.

Para encontrar un mundo tal vez tienes que haber perdido uno, o tal vez tienes que estar perdido. Y siento que en este momento de mi vida, esta sensación de estar perdida es la que me acompaña.




Verónica Gerber Bicecci es una artista visual que escribe. La búsqueda de intersecciones entre palabras e imágenes se aprecia en sus libros Conjunto vacío, Mudanza, Palabras migrantes, Otro día y La compañía.

Yásnaya Aguilar es lingüista, escritora, traductora e investigadora ayuujk. Sus trabajos se centran en la diversidad lingüística en México. Es autora del libro Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística.

Cecilia Miranda es una artista visual que trabaja con las relaciones entre espacio, arquitectura y memoria. Ha colaborado, como gestora cultural, para espacios como el MUAC y el Centro de la Imagen.



Conoce más sobre la antología En una orilla brumosa aquí. Lee las primeras páginas y breves semblanzas de los escritores que en ella participan.

Disertaciones es una colección de antologías alrededor de un tema debatido por un grupo heterogéneo de voces o alrededor de una pregunta que sugiere una disertación colectiva.

La publicación de este libro se realizó gracias al apoyo de la Fundación Jumex Arte Contemporáneo.

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